El escritor regresa al teatro con una obra de su autoría: La Guerra Fría, una historia 'de rebeldía salvaje' en la que hurga en la relación de una pareja de mexicanos que se va Berlín en busca de la transgresión y la aventura.
Cuando se le ve erguido con su saco negro a la medida, sus impecables jeans azul marino y esa barba entrecana tan inconfundible como su voz serena, es difícil creer que Juan Villoro tenga tanto caos en la cabeza.
Convencido de que el punk no sólo se escucha sino se vive, el narrador vuelve al teatro con una obra de su autoría: La Guerra Fría, una historia “de rebeldía salvaje” en la que hurga en la relación amorosa de una pareja de mexicanos que se va Berlín en busca de la transgresión y la aventura.
Inspirado en la música de Lou Reed, el teatro disidente de la Alemania Oriental en el que todo se decía entre líneas y con una escenografía elaborada con basura por Abraham Cruzvillegas, el escritor realiza una analogía entre los desechos materiales y los desechos humanos; entre los conflictos ideológicos y esa otra guerra que también, a veces, es el amor.
Y aunque admite que no es tan punk como sus personajes, asegura que ellos son una posibilidad de su existencia: “Me hicieron recorrer callejones oscuros del amor que no me gustaría visitar en vida”.
_¿La confrontación es inherente a las relaciones amorosas?
 Una de las paradojas del amor es que busca la unión y, muchas veces, al procurarla, causa heridas y desafectos. Oscar Wilde dijo: “Todo hombre mata lo que ama”. Es una frase quizás extrema, pero en ocasiones el amor lleva a la posesividad, a la inseguridad y al deseo de que el otro se comporte no como es, sino como lo fabulamos. Estos desencuentros convierten al amor en el más maravilloso de los problemas: en una especie de Guerra Fría.
_El conflicto ideológico entre capitalismo y socialismo trajo consigo una ola esquizofrénica que derivó en espionajes y extremismos, algo que también sucede en el amor cuando los amantes quieren imponer sus propias verdades...
 Yo viví en Berlín de 1981 a 1984, cuando la ciudad estaba dividida por el muro. Pronto entendí que esa división geopolítica tenía una correspondencia en las relaciones humanas. Muchas veces construimos muros entre nosotros y, en ocasiones, al interior de nosotros. En mi obra, el contexto social también halla su expresión en las almas de los protagonistas, que están en una Guerra Fría amorosa, tratando de quererse y no sabiendo hacerlo del todo. A punto de destruirse o autodestruirse. Y atrapados en las drogas, que también crean muros internos.
_¿Qué hay de la separación?
 Cuando la relación ya no tiene más sentido, la separación puede ser un acto amoroso. Dependiendo de las neurosis y las personalidades, el amor puede ser una extraordinaria oportunidad de sufrimiento y, en ocasiones, de engancharte con una persona que estimula las partes más negativas de ti. A veces buscamos al otro para constatar defectos de la condición humana.
_¿Hasta qué punto existen el bien y el mal en el amor?
 Las pulsiones más extremas del bien y del mal pueden coexistir en una misma persona. En ocasiones, queriendo mucho a alguien, le haces mucho daño. Es como si quisieras que una planta creciera sana y, para ello, le arrojaras una cubeta llena de agua: probablemente la destruirías. El amor también muere por exceso.
_¿Por qué Lou Reed?
 Mis personajes llegan a Alemania inspirados por Berlin, uno de los discos más desoladores de Lou Reed. Se trata de una historia de amor muy destructiva en la que a una mujer adicta a las drogas le quitan a su hijo, se prostituye y muere por sobredosis: es la cultura dark en su condición más abismal. Fue un álbum con muy poco éxito comercial, pero que pronto se convirtió en obra de culto. De algún modo, Lou Reed fue el gran esteta de la destrucción, pero logró de manera sorprendente que la destrucción fracasara en su vida. Sus fans esperaban que se inmolara en escena; se decepcionaban de que no muriera de una sobredosis y por fin perteneciera al Club de los 27. Pero él fue más sabio: se asomó al abismo, caminó por el lado salvaje de la vida y siguió adelante. Esa es la moral que recogen mis personajes: cortejan la destrucción, se enfrentan a la aniquilación y, al final, buscan oportunidades para que ésta fracase. Es una manera extraña de ser optimista, pero muchas veces basta evitar la destrucción para afirmar la vida.
_¿El amor puede también ser una forma de la toxicomanía?
 El ser humano siempre ha tenido tendencia a depender de algo. Las drogas abren ventanas de percepción extraordinarias y demuestran que la capacidad humana para entender la realidad es muy limitada. Sin embargo, también pueden dominar y aniquilar. Como el amor. Es mucho más difícil ser moderado que ser abstemio, porque el abstemio no conoce el placer; en cambio, el moderado lo prueba y lo contiene. El gran desafío de la civilización es poder coexistir con los placeres sin pasar necesariamente por la destrucción. En La Guerra Fría hay una relación muy tóxica en varios sentidos. Por un lado, está la incapacidad de los personajes de canalizar sus afectos, y por otro, la toxicomanía de las drogas, que brindan un alivio pasajero al tiempo que son una condena fatal. Es una obra que ingresa en una espiral muy punk, que puede expresarse musical y emotivamente sin importar el tiempo en que se presente. Porque la condición punk de las relaciones humanas sigue vigente.
La Guerra Fría
Se presenta en la Sala 4 del Museo Tamayo, CDMX. Funciones: Sábados y domingos, 18:00 horas. Hasta el 8 de septiembre. Entrada: 320 pesos.
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