Capricho en morado y dorado: la pantalla dorada, por James McNeill Whistler, 1864.
Japón es de las culturas mas inquietantes y de mucha presencia a nivel internacional, pero si hacemos un breve recorrido en distintas etapas de su historia, notamos que no siempre fue una cultura muy abierta a la interacción con extranjeros, pues en 1641 se vieron en la necesidad de cerrar sus fronteras a todo contacto con el exterior para proteger su cultura ante los intentos de evangelización por parte de los españoles y portugueses que habían sido de las primeras naciones de occidente en entrar en contacto con estas tierras, por lo que durante años Japón se había convertido en todo un enigma para los viajeros de occidente que intentaban conocer sus misterios.
Fue hasta 1715 que se hacen más flexibles estas restricciones debido a las aportaciones científicas que les llegaban de occidente, evitando un estancamiento en el desarrollo. La apertura de sus puertos por 1850 sería un estímulo para su modernización y después de la restauración Meiji en 1868 Japón acabo con un largo periodo de aislamiento nacional y se abrió a las relaciones diplomáticas con otras naciones de occidente, favoreciendo un intercambio comercial y cultural que beneficiaria el crecimiento de su economía a través del comercio de productos como sus grabados, cerámica, tejidos, etcétera, que se popularizarían y serían muy apreciados en la cultura occidental.
Los encantos de la cultura japonesa serían redescubiertos a nivel mundial después de varios años de permanecer aislada. Es por el furor que provoco este intercambio cultural que se gesta el termino “Japonismo” para denominar la influencia del arte japonés en el arte occidental.
El arte japonés sería visto como una fuente de renovación estética que le haría ganar popularidad y aceptación entre la cultura europea. La participación de Japón en la exposición internacional de Paris en 1867 afianzo este intercambio cultural a través de sus objetos exóticos provocando el surgimiento de una fascinación por artículos japoneses que se convertirían en objetos de moda al ser coleccionados por la burguesía que quería presumir el tener artículos de tierras exóticas. Fue entonces que se establece el término Japonismo por el periodista y crítico de arte francés Phillipe Burty en un artículo que describe el interés y fascinación por la cultura japonesa.
El choque entre culturas estimuló la proliferación de las nuevas vanguardias del arte moderno en occidente, principalmente entre los artistas impresionistas y postimpresionistas, encantados de la estética de la gráfica japonesa por medio de la llegada de las estampas “ukiyo-e” que significa mundo flotante, estos grabados eran realizados mediante Xilografía (técnica de grabado en madera), y se dieron a conocer durante la segunda mitad del siglo XIX. Fue muy amplia la cantidad de artistas que se dejaron seducir por el arte japonés impregnando a su obra con este estilo, dentro de los que destacan: Manet, Monet, Degas, Cézanne, Lautrec, Van Gogh, Gauguin, Pizarro, Klimt, Renoir, por mencionar algunos.
Las principales características del arte japonés que influyen en la pintura europea son: el uso de colores planos y vibrantes generalmente delineados por gruesos contornos negros, falta de preocupación por la perspectiva, la ausencia de sombras, libertad de composición sin centrar un encuadre lo que genera la sensación de espontaneidad y movimiento, la naturaleza como tema de equilibrio y paz, escenas de la vida cotidiana y sus actividades ordinarias, los ambientes de encuentro social, dibujos nítidos y síntesis de las formas. Características que resultaron revolucionarias para el arte europeo.
La adopción de elementos japoneses en el estilo del arte occidental se extendió también a las artes aplicadas como decoración, mobiliario, tejidos, joyería y diseño gráfico. Sus fines publicitarios recaían más en la población femenina que quería impregnarse de la sencillez de la ambientación oriental como símbolo de una elegancia menos ostentosa.
Katsushika Hokusai fue modelo a seguir por diseñadores al encontrarse en 1856 ilustraciones suyas usadas como embalaje en una caja por el grabador francés Félix Bracquemond que interesado en la belleza extraña de estas imágenes, decidió adaptar el estilo en sus grabados. Este es un ejemplo de la necesidad por hacer una reinterpretación de la sensibilidad estética japonesa.
Hoy en día sus referentes plásticos siguen provocando fascinación, principalmente con el manga y animación japonesa. Siguen siendo comunes las crónicas en blogs y redes sociales de personas que viven en Japón compartiendo sus experiencias sobre sus choques culturales, así como la fascinación por su cine, gastronomía y arquitectura. La cultura japonesa se ha popularizado más allá de las manifestaciones artísticas convencionales.
A continuación, algunas obras características del japonismo entre los artistas.
Naniwaya Okita, grabado estilo Ukiyo-e de Kitagawa Utamaro, periodo edo.
Camille Monet en traje japonés, Claude Monet, 1876
La princesa de la tierra de la porcelana, James McNeill Whistler, 1865.
Mujeres jóvenes a la moda inspeccionando un biombo japonés, James Tissot,1869-70.
La parisina japonesa, Alfred Stevens, 1872.
Dama con un abanico, Charles Sprague Pearce, 1883.
Mujer con abanico, Gustav Klimt, 1917.
Puente japones basado en un grabado de Hiroshige, Vincent Van Gogh, 1887.
Retrato de Émile Zola con detalles japoneses, Édouard Manet, 1868.
Cartel publicitario de Toulouse Lautrec imitando el estilo del grabado Ukiyo-e, entre 1880 a 1900.
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