Apolo persiguiendo a Dafne, Giovanni Battista Tiepolo, 1755-1760.
Cada vez que hay una competición deportiva, o simplemente observando antiguas representaciones de ganadores, siempre hay algo en común: una corona de laurel en la cabeza del vencedor. La mitología griega tiene una explicación para este hecho. Curiosamente, tiene su origen en una desdichada historia de amor.
Apolo, hijo de Zeus y Leto, era considerado como el dios de la música, de la poesía, de la luz e incluso de las artes adivinatorias. A lo largo de su existencia había tenido numerosos romances tanto con mortales como con ninfas y diosas.
Un día se atrevió a reírse de Eros, más conocido como Cupido, que se encontraba practicando con su arco. Éste, al sentirse humillado por el arrogante dios, decidió darle una lección. Cuando Apolo se encontraba en el bosque cazando, vio a lo lejos una hermosa joven llamada Dafne, que en realidad era una ninfa.
Eros decidió aprovechar el momento y disparó dos flechas. La que disparó a Apolo era de oro, lo que producía un apasionado amor. Sin embargo, a Dafne le disparó una flecha de plomo, cuyo efecto era exactamente el contrario, sentir odio y repulsión hacia el dios que se había enamorado de ella.
Apolo entonces decidió perseguir a Dafne allá donde fuera hasta conseguir su amor, pero Dafne, bajo los efectos de la flecha de plomo, huía como podía de él. Al llegar al río Peneo, Dafne, cansada de tanta huida y justo cuando ya Apolo lograba alcanzarla, pidió ayuda a su padre, que no era otro que el dios del río. Éste, teniendo compasión por su hija, decidió hacer lo único que podía salvarla: la convirtió en un árbol, el laurel.
Cuando Apolo al fin la alcanzaba, vio cómo los miembros de su amada iban quedándose rígidos, sus brazos se convertían en ramas, sus pies echaban raíces y sus cabellos se iban convirtiendo poco a poco en hojas hasta que su cabeza se convirtió en la copa de un precioso árbol.
Afectado por lo que acababa de suceder y pensando en cuánto la amaba, prometió que ella sería su árbol, el que le representara siempre. De esa manera, sus hojas adornarían su cabeza y la de aquellos guerreros, atletas, poetas o cantores que triunfaran, convirtiéndose en símbolo de triunfo y victoria.
A continuación, una serie de obras que ilustran este mito.
Apolo y Dafne, cuadro atribuido a Piero Pollaiuolo 1441-1496.
Apolo persiguiendo a Dafne, Theodoor van Thulden.
Apolo y Dafne, Francesco Albani, 1615-1620.
Apolo y Dafne, John William Waterhouse, 1908.
Apolo y Dafne, Benedetto Luti.
Apolo y Dafne, Gian Lorenzo Bernini, 1622-1625.
Comments