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Los gatos de Palacio

Los mininos que habitan Palacio Nacional son parte del inventario. Ahora que hay más afluencia de personas, pues llama más la atención su presencia. Sin embargo, desde que acudo al recinto, poco más de 20 años, los he visto, por supuesto no son los mismos, o tal vez sí, seguramente ahora están otras generaciones, pero de la misma manera sorprenden a propios y extraños.


Esos descendientes de los felinos mayores cohabitan con fantasmas, duendes y aparecidos, que también reclaman su derecho de residencia, ya que se han integrado a la lista, conforme fallecen, de “los fantasmas de Palacio”, aunque todavía no se van al más allá.


Algunos dicen que en la mañana son gatos y en la noche transmigran a espectros.

Habría que recordar que Palacio Nacional se empezó a construir al inicio de 1522 como segunda residencia privada de Hernán Cortés, para posteriormente ser sede de la realeza, no sin antes sufrir varios incendios y calamidades.


Palacio Nacional han sido testigo de acontecimientos que marcaron la vida de la nación, así como de hechos violentos. Fue usado como cuartel, en donde el trajín cotidiano de soldados, caballos, monjas, sacerdotes y, por supuesto, de cadáveres, conformaron una espectral energía que se percibe aún en nuestros días.


Entre los visitantes y trabajadores se comentan varias apariciones, desde “la monja ultrajada”, “el niño huérfano”, “la niña de los dulces”, “el soldado herido” y “la mujer abandonada”.


Seguramente hay más almas perdidas, pero estas son de las que tengo registro.

Personalmente fui testigo del testimonio de un elemento del Estado Mayor Presidencial en torno a la aparición del “niño huérfano” a un compañero que “era de los más bragados”, pero que después de la visión renunció de inmediato.


De igual manera, escuche a colaboradores de los expresidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto manifestar que vieron y escucharon a esas figuras espectrales. No sólo sus lamentos y gritos, sino sus figuras, que no son como las que se ven grabadas en vídeo, difusas y etéreas, sino totalmente nítidas.

Su presencia se percibe cuando uno recorre los pasillos y salones, las escalinatas y los patios, aunque hay algunas habitaciones en donde ni el más osado entra solo en la noche.

Cuando desaparecen los gatos, emergen los muertos.


Es común que se trabaje a altas horas de la noche en Palacio Nacional. Ahora que despacha en ese lugar el presidente Andrés Manuel López Obrador y todo su séquito de ayudantes, se observa más personas cuando las sombras caen y los gatos desaparecen. “Los nuevos están inquietos en la noche, no sólo las mujeres, sino también los hombres. Los más osados ya cuentan sus propias historias en torno a los aparecidos”, narra una veterana secretaria.


El Salón de Tesorería, lugar en donde se llevan a cabo las mañaneras, siempre es un congelador, aun en verano. Los reporteros que acuden de madrugada, han percibido la presencia de esos desgraciados que lamentan no haberse ido con la luz.


Los ruidos del vejestorio Palacio son extraordinarios. Las paredes, techos y pisos crujen a toda hora, con un lenguaje críptico, pero anacrónico, y a lo lejos se oye uno que otro maullido que a la postre se transforma en algún grito desgarrador.


Cuando ya eres un visitante cotidiano, ya por trabajo, ya por gusto, te vas familiarizando, que no acostumbrando, a esas presencias; y si al principio te sobresaltabas hasta quedar paralizado, ahora sólo atinas a decir: “Son los gatos”. Para los que están preocupados por los micifuces, sólo decirles que ellos perdurarán, mientras que todos los demás acudirán puntuales a su inexorable destino.


Alejo Sánchez Cano

Desde San Lázaro



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